La vida
siempre me sorprende y me lleva por caminos insospechados, así que disfruto del
viaje aprendiendo de mi entorno, pero,
sobre todo, aprendiendo de la mujer que no sabía que habitaba en mí, que tal
vez oculté en algún momento, y que hoy
me ha despertado para quitarme la carga que muchos llevamos sobre conceptos
cuadrados relacionados con la moral, el amor, la sexualidad y el erotismo.
Esa
mujer que mira la vida sin complejos, sin culpas, sin tabúes y con la libertad
que solo da el sentir y seguir disfrutando del paisaje.
La
que hoy no pone límites y me envuelve en una escritura más osada que solo se tiene
cuando la confianza y la seguridad guían tus pensamientos.
Y
esta mujer que se sienta por horas frente a una pantalla, me ha regalado la
oportunidad de introducirme en un mundo fantástico que me atrapa en medio de
besos inventados y caricias perfectas que voy hilando entre palabras. Un mundo
donde los sentidos hormiguean mi piel y calientan mi sangre a través de escenas
a media luz, y de gemidos ahogados dentro de una habitación.
Esta
mujer que va ganando terreno a medida
que pasa el tiempo; y a medida que soy consciente de lo plena que me siento
escribiendo y fantaseando a mi antojo.
Hablo de ella como una persona ajena, quizá
porque aún me falta cerrar el eslabón que me unirá por siempre a su esencia que
es la mía, a sus pensamientos que son los míos; y a sus deseos que nacen de mi
alma, pero que solo ella los expresa con más libertad que yo.
Pilar
“Soñar es solo el principio”
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