jueves, 26 de abril de 2012

Por culpa del amor


Casi siempre tenemos la costumbre de echarle la culpa a otros de nuestros problemas, y si no hay nadie a quien patearle la cola tenemos el recurso de inventarlo, pero nosotros jamás seremos los culpables de nuestros sufrimientos.
El día de ayer iba en el auto escuchando, como siempre, una radio romántica, cuando vino la sección de las consultas al terapeuta de planta.
Una de las oyente le comentaba al doctor que no sabía qué hacer porque su novio le acababa de pedir la “prueba de amor”
Esto me remontó a la época del colegio cuando en las clases de religión la madre Mery no dejaba de aconsejarnos sobre la “bendita prueba de amor”. Cuidado caigan, decía; no sean tan tontas en aceptar porque el muchacho que pide solo las quiere para pasar el rato. También recuerdo a mi abuelita hablando sobre esta prueba. Ella decía que una mujer era como una copa de cristal, que una vez rota jamás vuelve a ser la misma.
El terapeuta le dijo a la mujer que debía hacer lo que deseara sin sentirse presionada, pero me dejó la sensación de que esta oyente quería que le dijeran “Adelante, si lo amas por qué te detienes, dale lo que pide”  
Qué triste el que piensa que el amor se tiene que probar de esta manera cuando solo hay que sentirlo y disfrutarlo, lo demás viene por añadidura. Aunque no es tan simple como parece, y de eso somos conscientes, no es por gusto que esta oyente quisiera buscar a alguien a quién vapulear si las cosas no le salen bien. Qué tal si luego de entregarse a su novio él la deja o sale embarazada, ¿a quién echarle la culpa?
Por supuesto que a la persona que le dijo lo que ella quería escuchar. ”Entrégate, total… lo haces por amor”
Hay que ser valiente para aceptar nuestras debilidades o algunos deseos que a la vista de otros, pueden no ser muy bien vistos. Ser honestos para decir: Me acuesto con mi novio porque quiero y punto, o lo hice porque me dio la gana. ¿El amor?, qué importa, yo solo quiero sexo.
Pero muchos arman un escenario donde EL AMOR es un invitado central que acalla o engalana sus pasiones, ya que siempre es mejor decir: lo hice por amor.
El amor es el sentimiento más puro que ha sido manoseado y vejado por las personas de dos caras que no se atreven a enfrentar sus deseos. El amor no puede traerte desdicha, somos nosotros los que con nuestras decisiones tomamos el camino incorrecto. Si sabes que la persona que te gusta es un mujeriego o que le encanta ir de parranda en parranda, sabes a lo que te expones, no vengas luego a decir sufro por amor. ¡No!, sufres porque pensaste que podías ser la salvadora de ese hombre tal vez por una cuestión de ego. No le eches la culpa al amor de las traiciones o humillaciones que recibas. Es cierto que a veces dentro del amor no hay buenos momentos, pero también es cierto que se hace más fuerte cuando decidimos seguir amando. No te olvides que el amor es luz, esperanza, felicidad, y la razón más importante de nuestra vida.
Un beso
Pilar


jueves, 19 de abril de 2012

La historia detrás de la historia


¿Alguna vez han pensado qué hay detrás de una historia? ¿Qué motiva al escritor a  escribir una novela?
Hay quienes escriben sobre sus vidas, otros encuentran la fuente de inspiración en los sucesos o personas que los rodean. Tal vez alguien junta algunos elementos, los entreteje y sale una buena historia que todos disfrutan.
Yo estoy atenta a lo que ocurre en la vida diaria, ya sea porque lo escucho en la televisión o porque reparo en algo que veo en la calle. Eso me sirve como punto de partida para desarrollar una historia de amor.
“Cuestión de piel” nace después de saber que una amiga acababa de separarse del hombre con el que estuvo casada por 10 años. Me siento triste, me dijo, pero a pesar de eso tengo deseos de volver a amar y que me amen. ¿Por qué no me escribes una historia?, invéntame un romance con un español. Eso me hará muy feliz.
Esa noche dormí pensando en ella y a la mañana siguiente ya tenía el escenario y al hombre perfecto. Mi amiga, a la que llamé Cassandra, viviría una linda historia de amor en un paradisiaco lugar, y Aníbal del Río sería el hombre que la haría suspirar.
Pero lo que me sucedió con Leonardo fue algo que hasta ahora no deja de sorprenderme.
Yo quería escribir una colección infantil para presentar a una editorial. Ya había escrito “Una tía sin sinónimo”, “La monja sin cabeza”, y faltaba otra historia que según mis planes era la de un niño de 12 años a quien llamé Leonardo. Cada año espera las vacaciones para ir junto a su padre que vive en playa. La lancha en la que navegan naufraga y viven muchas aventuras antes de que los rescaten.
Con esfuerzo logré terminar el primer capítulo y para colmo no estaba satisfecha con mi trabajo. A pesar de esto continué en mi propósito hasta que un día escuché una voz rasposa dentro de mi cabeza diciéndome: “Mentirosa, esa no es mi historia”  Como no es la primera vez que siento que alguien me habla, no le di importancia y traté de seguir escribiendo, pero la voz se volvió más persistente: “Mentirosa, esa no es mi historia, repetía.
Estuve dos días escuchando su voz y empezó a fastidiarme esta situación. Cansada le comenté a Pepe lo que me ocurría y él me dijo: ¿Por qué no le preguntas cuál es su historia?, a ver qué resulta.
Cuando volví a escuchar su voz me armé de valor y dije:
¡Ya basta!, deja de molestar y dime cuál es tu historia.
De repente lo vi y me puse nerviosa. Leonardo era un hombre de 80 años, delgado y con la mirada más triste que hubiera visto jamás. Respiraba pausado mientras veía por una ventana. De pronto su voz me causó mucha emoción y sin querer empecé a escribir  lo que él decía.
“Estoy aquí, sentado frente a mi viejo escritorio de caoba, dispuesto a cruzar la línea del tiempo para enredarme en una historia donde hubo más de un protagonista. Todos hilaron en mi camino convirtiéndome en lo que soy: un viejo con dos caras que  fabricó una mentira, y que vivió bajo la sombra de  lo que ellos y yo provocamos”
Recuerdo que él se detuvo y yo apenas respiraba  preguntándome, ¿Quiénes eran ellos? ¿Y qué habían provocado?
Entonces Leonardo siguió  hablando.
“Es increíble cómo puede cambiar nuestra vida y cómo pueden cambiar nuestros sueños. De repente despiertas con el pecho sangrante porque te extirparon el alma, y ya no eres más que un  remedo de hombre que arrastra una pena que intenta ocultar, pero que al final no puede, porque le delatan los ojos y la sonrisa que se dibuja en su rostro que poco a poco se convierte en mueca”
Escribí las primeras hojas sin parar y sin saber hacia dónde iba. Cada mañana me sentaba frente a la pantalla esperando que Leonardo dirigiera la historia.  No sabía en qué acabaría tanto drama. Un día Pepe llegó de trabajar y me volvió a encontrar con los ojos hinchados. ¿Y ahora qué pasa?, me preguntó. Es Leonardo. ¿Y por qué no haces que deje de sufrir?, me dijo mientras me abrazaba para que me calmara. Porque no puedo. No es mi historia, respondí.
Sufrí y lloré junto a Leonardo mientras me contaba cómo se sentía. No podía perdonarse el haber actuado como un egoísta  y  arruinar la vida de quienes más había amado.  
Un día supe el drama que desencadenó tanto dolor y entonces llegué a la conclusión de que nadie había sufrido como él.
Terminé la novela y le puse como nombre “La maldición de los Steiman”, luego la adapté para escribir el guión de una historia  para la  televisión. Estaba tan obsesionada que también hice el guión de una película que espero que algún día vea la luz, entonces comprenderán y compartirán el dolor de Leonardo.
Un beso
Pilar








martes, 10 de abril de 2012

Las novelas románticas


La novela romántica tiene su origen en la lengua inglesa y desde entonces ha cautivado a muchas lectoras que siguen fielmente este género, donde dos personas se enamoran, sufren y tienen un final feliz.
Hay quienes critican este género por considerar que es dañino para las mujeres, a las que se les vende la idea de que un beso  y una relación íntima que surge del enamoramiento, puede llegar a ser tan sublime y perfecto que llegan a idealizar este momento hasta afectarles emocionalmente sino  experimentan lo que se narra en las historias.
Creo que quienes se preocupan por echarle lodo a las novelas rosas, son personas con ideas cuadradas a los que les molesta que la mujer sea el personaje central y que exprese abiertamente sus deseos.
Vivimos en una época donde la mujer levanta la voz para decir lo que piensa. Es más audaz y decidida, y no se detiene cuando tiene claro lo que quiere.
Las novelas rosas o novelas románticas son un refugio que nos aísla de los problemas cotidianos, donde tal vez no tengamos al hombre perfecto viviendo junto a nosotras, pero al que amamos aunque nos quejemos de sus defectos.
Creo que los hombres deberían de leer este género para saber lo que la mujer espera en el amor. Queremos hombres tiernos que nos abracen cuando no tengamos fuerzas para continuar. Que nos sorprendan con un beso profundo y que nos despierte a la pasión con cada una de sus caricias.  
Pilar

martes, 3 de abril de 2012

Dulces dieciséis

Desperté con la canción de “Las Mañanitas” cantada entre sueños por mi familia. Los besos y los abrazos se mezclaron con cada regalo que recibía. Luego todos se acostaron junto a mí para continuar durmiendo mientras yo agradecía a Dios por esa escena de amor en el día de mi cumpleaños.
El sonido del timbre volvió a despertarnos. Era el mensajero de la floristería trayendo una hermosa canasta con flores multicolores.
Según las características de mi signo, Aries. Me deberían de gustar las rosas rojas, pero son las que menos me agradan. Prefiero las de color naranja o como las flores que me regalaron, donde se puede apreciar una gama de colores que te alegran el espíritu.
Cumplí… qué importa cuántos fueron, si yo siempre tendré 16. Creo que es la edad donde uno empieza a despertar a la vida. Donde no hay una palabra mal dicha ni mal interpretada. Donde se empieza a creer en los sueños, en el amor y en la simpleza de una mirada. Recuerdo que fue la edad donde yo empecé  a darme cuenta de las injusticias que despertó en mí las ganas de cambiar el mundo. Empecé a asistir a un grupo juvenil de la iglesia que frecuentaba, y junto a ellos recorrí albergues y asilos que me mostraron la otra cara de un mundo que desconocía.
Fue en esta época que reparé en un señor que siempre estaba en una esquina. Frente a la plaza de Armas, sentado con la vista baja y los brazos cruzados. Yo regresaba de una fiesta y llovía a cántaros, entonces lo vi y me dio pena que estuviera bajo el agua y a esa hora de la noche. Al día siguiente pasé por el mismo lugar. Seguía en la misma posición. Crucé la calle y pasé muy junto a él. Entonces levantó la mirada y me quedé inmóvil observando sus ojos azules llenos de tristeza. Tenía barba y vestía un saco roto y sucio. Sus manos estaban negras y las uñas con mugre. Sentí una conexión que hasta hoy no puedo explicar. Desde ese momento no dejé de pensar en él. Hablé con mi abuelita que vivía en esa calle, y le pedí que le llevara comida cada vez que pudiera.
Una noche le compuse una canción y cada vez que la canto lo recuerdo. No puedo evitar sentir nostalgia por ese personaje que causó mucha emoción en mí.
Cuando gané el Festival Internacional Infantil de la Amazonía, recibí un premio como compositora. Era mucho dinero para mí. Al día siguiente viajé a Lima y le compré un saco con la idea de regalárselo a mi amigo secreto, porque en eso se había convertido. Con él hablaba, a él le contaba lo que me pasaba y hasta me imaginaba el tono de su voz respondiéndome lo que siempre quería escuchar.
Cuando regresé a Iquitos ilusionada, él ya no estaba en esa esquina. Mi abuelita lo buscó por el mercado y por los lugares donde pudiera estar, pero nadie supo dar razón de su paradero.
Me quedé con el saco y con el dolor de no haber vencido el temor para acercarme y conversar con él. Pero hoy le vuelvo a dedicar mi canción y quiero compartirlo con ustedes.
“Al frente de la plaza, en una esquina estaba
aquel amigo con el que tanto soñaba.
No sé su nombre, no sé ni quién es,
pero es como un pajarillo y enfermo se le ve.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo,
quiero compartir mis sueños y alegrías contigo.
Quiero saber qué piensas de la vida,
quiero saber tus tristezas.  
Todos pasan de largo y algunos se fijan en ti,
y los niños corren gritando: loco es el que está ahí.
Los miras con dulzura evocando tu niñez,
queriendo borrar el tiempo que tristezas dejó al correr”
Luego agregué esta estrofa:
“No sé dónde estás, ni dónde te encontrarás,
pero aquella esquina solitaria está.
Ya los niños no podrán gritar:
Loco, loco es el que está allá.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo…”
Los años han pasado y sigo apostando por el futuro, a pesar del dolor y de las injusticias. Y aunque en realidad no tenga 16, sigo creyendo en la verdad de una mirada, en los sueños que aún no se cumplen y en la fuerza del amor. 
No puedo hacer mucho para cambiar el mundo de la maldad de algunas personas, y cuando esto me aflige pienso que por cada alma negra, hay cientos de corazones dispuestos a sonreír y a tenderte una mano. 
Pilar