lunes, 24 de septiembre de 2012

La pasión por los sueños


Siempre pensé que los sueños son el motor de nuestras vidas y que debemos despertar y respirar por la ilusión que habita en nuestro corazón.

Un día sentí que lo mío era la literatura y me dejé llevar por el fascinante mundo de las letras, y no hubo cansancio ni flojera cuando se trataba de aprender sobre este tema.

Aprendí a tener paciencia y a ser humilde cuando mi profesor corregía mis escritos después de pasar  largas horas creyendo que alabaría mi trabajo, pero la fuerza de mi sueño pudo más y evitó que terminara deprimiéndome.

Hoy, después de muchos años, puedo decir que la pasión por mis sueños me da fuerzas y energías para seguir adelante. Estoy en Arequipa, una ciudad con gente amable que me recibió con los brazos abiertos, y solo les puedo agradecer por el cariño que recibo todos los días. Gracias por todos los abrazos y los buenos deseos.
Un beso
Pilar

martes, 11 de septiembre de 2012

Las cosas que extraño


Después de hacer un rápido análisis sobre mi vida he llegado a la conclusión que a lo largo del tiempo me fui convirtiendo en solitaria, pero no siempre fue así.

Cuando era niña andaba rodeada de amigos y hacíamos muchas travesuras para pasar el tiempo. Y de adolescente fui una más de las tantas jovencitas que se movilizaban en patines para estar a la moda. Todos los sábados recorríamos las calles de Iquitos para ir al club y deslizarnos por el salón donde se realizaban las fiestas, y por la noche continuábamos la diversión  en la Plaza de Armas, donde apenas se podía patinar por la cantidad de gente que había.

Me gustaba ir al cine a ver las películas de Palito Ortega, y a la salida era casi una obligación pasar por la heladería “La Favorita”, a tomar una copa de helado de aguaje. Los domingos nunca fueron tranquilos. A veces en la piscina y otras tantas en el club de Caza y Pesca con Lita o Melita. Ahí aprendí a esquiar entre fuertes caídas que me daba contra el agua.

Luego me regalaron una moto y salíamos a pasear en grupo, haciendo competencias o piruetas que felizmente no tuvieron consecuencias.

Cuando viajé a Lima fui a vivir a un pensionado de señoritas con 63 chicas de diferentes provincias, y mi grupo de amigas se agrandó considerablemente. Salíamos de compras, a pasar el rato recorriendo las calles de Miraflores antes de terminar en el cine Pacífico. Las noches de los sábados a diferencia de muchas que iban a las discotecas, nosotras teníamos que ensayar las canciones de la Misa, pero no la pasábamos mal, nos divertíamos con lo que teníamos a la mano, ya sea imitando a las monjas o burlándonos de los muchachos que visitaban a sus enamoradas.

Ya en la universidad le agarré el gusto a sentarme con las amigas a tomar café mientras fumábamos sin parar, y el chisme era el centro de nuestra charla.

Ahora he dejado el vicio que un día me parecía necesario para escribir. Necesitaba crear un ambiente  casi teatral para inspirarme. Mi taza de café, el cenicero lleno de puchos, y el humo que se había impregnado en las paredes.

En días como hoy extraño ese olor a tabaco y las siete tazas de café que tomaba por la mañana. Un día tomé consciencia de que me hacía mal y el 19 de noviembre del 2007 tomé la decisión de no volver a fumar. Nunca recaí, el proceso fue duro, pero a las finales vencí la ansiedad por el cigarrillo. En cuanto al café he bajado mi dosis y hoy tomo dos tazas al día, pero creo que jamás me negaré al placer de disfrutar de ese líquido amargo que me endulza la vida.

Ya no frecuento a mis amigas como quisiera, ahora voy sola a la cafetería llevando una laptop o una novela que leo de rato en rato cuando no hay nada que observar. Tampoco voy de compras, no me interesa estar a la moda y menos pasar el rato recorriendo tiendas en medio de tanta gente. Pero lo curioso es que disfruto recorriendo los pasillos de las tiendas donde venden artículos de ferretería, lámparas, puertas, etc.

Paso muchas horas al día envuelta en el silencio, a veces huyo de mis pensamientos y a veces los enfrento. A veces salgo bien parada y a veces bajo la cabeza, pero siempre termino aceptando que me falta mucho por hacer. He descubierto mis errores, pero no siempre puedo luchar contra ellos. A veces soy débil y a veces soy fuerte, y a veces soy solo una hoja que se deja llevar por el viento.

Pilar

 

 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

En que estación estás


 Hace unos días escuché un comentario de Beto Ortiz  sobre algo que le dijo un amigo: “Nosotros al nacer traemos una radio y elegimos la estación en la que queremos estar”
Y yo añadiría que además transmitimos nuestro estado de ánimo y sin querer pateamos “el gato” que se nos cruza en el camino.
Ese breve comentario me remontó a una época cuando me llené de rencor hacia alguien que le hizo mucho daño a mi familia. Era la primera vez que experimentaba la mentira, la injusticia y la consecuencia de tales actos en personas inocentes. Decidí cambiar mi estación y me llené de rabia, impotencia y mucho resentimiento. Viví dos años de mi vida sumergida en emociones que alteraron mi existencia convirtiéndome en una extraña que pateaba “gatos" ajenos.
Me rebelé contra las creencias que me inculcaron mis padres y solo respiraba para cobrar venganza. No tenía paz, soñaba continuamente con esa persona y, cada vez que la veía, me provocaba decirle lo ruin y detestable que era. La gente de mi alrededor trataba de calmarme, pero no había nada que apaciguara el odio que sentía hacia ella.
Hasta que un día me di cuenta de que en mi corazón ya no cabía tanto rencor, y lloré por cada día de esos meses en los que viví siendo otra persona. Aligeré la carga que llevaba sobre la espalda, limpié mi alma de la inmundicia que yo misma reciclé, y decidí cambiar a la estación del perdón.
Empecé por perdonarme y dejar que la venganza guiara mis pensamientos. Luego perdoné a esa religiosa por todo el sufrimiento que su cobardía ocasionó. Entonces volví a mirarla sin sentir la repulsión que en un momento me provocó.
La volví a saludar y a escuchar de sus labios “Que Dios te bendiga, hija”, sin sentir ninguna emoción que me dañara por dentro.
Entonces volví a cambiar de estación y me encontré en una frecuencia que me ayudó a reinventarme. En esta etapa empecé a disfrutar de mi soledad, donde había espacio para la lectura, el silencio, la música y las historias de amor que siempre formaron parte de mi vida.
Volví a cambiar de estación y tomé las riendas de un sueño que había dejado a un lado, nada impediría que me convirtiera en escritora de novelas románticas. Mi estación ahora difundía ondas de entusiasmo que los demás percibían y que revotaba a mí con más fuerza llenándome de esperanza e ilusión. Jamás retrocedí aunque no me abrieran las puertas  de los lugares a los que acudía buscando realizar mi sueño. Pensaba en positivo y me fui acostumbrando a ver la cara de la moneda donde había luz.
Poco a poco deseché la mala onda y me convertí en lo que soy: una amante de la vida que ve en cada dificultad una manera de crecer.
El camino no fue fácil, pero estoy agradecida por este presente que cada día me sigue sorprendiendo.
Antonio Machado tenía razón: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y uno decide si en el trayecto blasfemas, hieres o le gritas a la vida cosas bellas que regresarán a ti con el efecto de un búmeran que te dará felicidad.
Pilar