
Tantas veces me pregunté dónde estabas, por qué
tenías ese aire nostálgico que me perturbaba. Por qué parecías ausente mientras
exhalabas el humo que luego se impregnaba en tu ropa hasta formar parte de tu
olor. Será que anhelabas estar en otro lugar, quizá en el río donde siempre te
sentiste en libertad, disfrutando del silencio con tu cigarrillo entre los
labios, sujetando tu caña de pescar.
Recuerdo la primera vez que te acompañé en una
lancha. Tenía apenas siete años, el sol quemaba mi piel mientras trataba de
protegerme con una boina que tú me alcanzaste. Me diste una caña de pescar y me
enseñaste a poner un pedazo de pan dentro del anzuelo. Entonces la aventé al
río y esperé. De reojo te observaba y me preguntaba por qué no te aburrías,
hasta que de mucho acompañarte aprendí a disfrutar del silencio.
Fuiste tú quien me enseñó a apreciar las pequeñas
cosas, y te confieso que me hubiese gustado pasar más momentos a tu lado.
Aprender a amarte día con día y no a través de pocas palabras que pronunciabas
cuando regresabas a casa.
Amabas la vida y a las mujeres. Nunca te juzgué, quizá
porque desde muy niña comprendí que no eras hombre que entregaba el corazón a
una sola. Mi madre nunca dejó de sufrir, y yo nunca dejé de quererte.
Los años asentaron tu espíritu aventurero y de
pronto me confesaste que tu deseo era morir en algún caserío alejado de la
civilización. Lamentablemente no cumpliste tu sueño, te fuiste una tarde de
marzo cansado de andar entre las sombras. Tu alma se liberó en una cama de
hospital para volar en libertad como siempre quisiste. Tal vez algún día nos
encontremos, y surcaremos en medio de un atardecer por el río que siempre
amaste. Acompañados por la luna o por un aguacero, viajaremos en silencio escuchando
la música de tu selva.
Pilar
No hay comentarios:
Publicar un comentario