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El sonido del timbre volvió a despertarnos. Era el
mensajero de la floristería trayendo una hermosa canasta con flores
multicolores.
Según las características de mi signo, Aries. Me
deberían de gustar las rosas rojas, pero son las que menos me agradan. Prefiero
las de color naranja o como las flores que me regalaron, donde se puede
apreciar una gama de colores que te alegran el espíritu.
Cumplí… qué importa cuántos fueron, si yo siempre
tendré 16. Creo que es la edad donde uno empieza a despertar a la vida. Donde
no hay una palabra mal dicha ni mal interpretada. Donde se empieza a creer en
los sueños, en el amor y en la simpleza de una mirada. Recuerdo que fue la edad
donde yo empecé a darme cuenta de las
injusticias que despertó en mí las ganas de cambiar el mundo. Empecé a asistir
a un grupo juvenil de la iglesia que frecuentaba, y junto a ellos recorrí
albergues y asilos que me mostraron la otra cara de un mundo que desconocía.
Fue en esta época que reparé en un señor que siempre
estaba en una esquina. Frente a la plaza de Armas, sentado con la vista baja y
los brazos cruzados. Yo regresaba de una fiesta y llovía a cántaros, entonces
lo vi y me dio pena que estuviera bajo el agua y a esa hora de la noche. Al día
siguiente pasé por el mismo lugar. Seguía en la misma posición. Crucé la calle
y pasé muy junto a él. Entonces levantó la mirada y me quedé inmóvil observando
sus ojos azules llenos de tristeza. Tenía barba y vestía un saco roto y sucio.
Sus manos estaban negras y las uñas con mugre. Sentí una conexión que hasta hoy
no puedo explicar. Desde ese momento no dejé de pensar en él. Hablé con mi
abuelita que vivía en esa calle, y le pedí que le llevara comida cada vez que
pudiera.
Una noche le compuse una canción y cada vez que la
canto lo recuerdo. No puedo evitar sentir nostalgia por ese personaje que causó
mucha emoción en mí.
Cuando gané el Festival Internacional Infantil de la
Amazonía, recibí un premio como compositora. Era mucho dinero para mí. Al día
siguiente viajé a Lima y le compré un saco con la idea de regalárselo a mi
amigo secreto, porque en eso se había convertido. Con él hablaba, a él le
contaba lo que me pasaba y hasta me imaginaba el tono de su voz respondiéndome
lo que siempre quería escuchar.
Cuando regresé a Iquitos ilusionada, él ya no estaba
en esa esquina. Mi abuelita lo buscó por el mercado y por los lugares donde
pudiera estar, pero nadie supo dar razón de su paradero.
Me quedé con el saco y con el dolor de no haber
vencido el temor para acercarme y conversar con él. Pero hoy le vuelvo a
dedicar mi canción y quiero compartirlo con ustedes.
“Al frente de la plaza, en una esquina estaba
aquel amigo con el que tanto soñaba.
No sé su nombre, no sé ni quién es,
pero es como un pajarillo y enfermo se le ve.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo,
quiero compartir mis sueños y alegrías contigo.
Quiero saber qué piensas de la vida,
quiero saber tus tristezas.
Todos pasan de largo y algunos se fijan en ti,
y los niños corren gritando: loco es el que está
ahí.
Los miras con dulzura evocando tu niñez,
queriendo borrar el tiempo que tristezas dejó al
correr”
Luego agregué esta estrofa:
“No sé dónde estás, ni dónde te encontrarás,
pero aquella esquina solitaria está.
Ya los niños no podrán gritar:
Loco, loco es el que está allá.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo…”
Los años han pasado y sigo apostando por el futuro,
a pesar del dolor y de las injusticias. Y aunque en realidad no tenga 16, sigo
creyendo en la verdad de una mirada, en los sueños que aún no se cumplen y en
la fuerza del amor.
No puedo hacer mucho para cambiar el mundo de la
maldad de algunas personas, y cuando esto me aflige pienso
que por cada alma negra, hay cientos de corazones dispuestos a sonreír y a tenderte
una mano.
Pilar
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