martes, 3 de abril de 2012

Dulces dieciséis

Desperté con la canción de “Las Mañanitas” cantada entre sueños por mi familia. Los besos y los abrazos se mezclaron con cada regalo que recibía. Luego todos se acostaron junto a mí para continuar durmiendo mientras yo agradecía a Dios por esa escena de amor en el día de mi cumpleaños.
El sonido del timbre volvió a despertarnos. Era el mensajero de la floristería trayendo una hermosa canasta con flores multicolores.
Según las características de mi signo, Aries. Me deberían de gustar las rosas rojas, pero son las que menos me agradan. Prefiero las de color naranja o como las flores que me regalaron, donde se puede apreciar una gama de colores que te alegran el espíritu.
Cumplí… qué importa cuántos fueron, si yo siempre tendré 16. Creo que es la edad donde uno empieza a despertar a la vida. Donde no hay una palabra mal dicha ni mal interpretada. Donde se empieza a creer en los sueños, en el amor y en la simpleza de una mirada. Recuerdo que fue la edad donde yo empecé  a darme cuenta de las injusticias que despertó en mí las ganas de cambiar el mundo. Empecé a asistir a un grupo juvenil de la iglesia que frecuentaba, y junto a ellos recorrí albergues y asilos que me mostraron la otra cara de un mundo que desconocía.
Fue en esta época que reparé en un señor que siempre estaba en una esquina. Frente a la plaza de Armas, sentado con la vista baja y los brazos cruzados. Yo regresaba de una fiesta y llovía a cántaros, entonces lo vi y me dio pena que estuviera bajo el agua y a esa hora de la noche. Al día siguiente pasé por el mismo lugar. Seguía en la misma posición. Crucé la calle y pasé muy junto a él. Entonces levantó la mirada y me quedé inmóvil observando sus ojos azules llenos de tristeza. Tenía barba y vestía un saco roto y sucio. Sus manos estaban negras y las uñas con mugre. Sentí una conexión que hasta hoy no puedo explicar. Desde ese momento no dejé de pensar en él. Hablé con mi abuelita que vivía en esa calle, y le pedí que le llevara comida cada vez que pudiera.
Una noche le compuse una canción y cada vez que la canto lo recuerdo. No puedo evitar sentir nostalgia por ese personaje que causó mucha emoción en mí.
Cuando gané el Festival Internacional Infantil de la Amazonía, recibí un premio como compositora. Era mucho dinero para mí. Al día siguiente viajé a Lima y le compré un saco con la idea de regalárselo a mi amigo secreto, porque en eso se había convertido. Con él hablaba, a él le contaba lo que me pasaba y hasta me imaginaba el tono de su voz respondiéndome lo que siempre quería escuchar.
Cuando regresé a Iquitos ilusionada, él ya no estaba en esa esquina. Mi abuelita lo buscó por el mercado y por los lugares donde pudiera estar, pero nadie supo dar razón de su paradero.
Me quedé con el saco y con el dolor de no haber vencido el temor para acercarme y conversar con él. Pero hoy le vuelvo a dedicar mi canción y quiero compartirlo con ustedes.
“Al frente de la plaza, en una esquina estaba
aquel amigo con el que tanto soñaba.
No sé su nombre, no sé ni quién es,
pero es como un pajarillo y enfermo se le ve.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo,
quiero compartir mis sueños y alegrías contigo.
Quiero saber qué piensas de la vida,
quiero saber tus tristezas.  
Todos pasan de largo y algunos se fijan en ti,
y los niños corren gritando: loco es el que está ahí.
Los miras con dulzura evocando tu niñez,
queriendo borrar el tiempo que tristezas dejó al correr”
Luego agregué esta estrofa:
“No sé dónde estás, ni dónde te encontrarás,
pero aquella esquina solitaria está.
Ya los niños no podrán gritar:
Loco, loco es el que está allá.
Déjame ayudarte, déjame llamarte amigo…”
Los años han pasado y sigo apostando por el futuro, a pesar del dolor y de las injusticias. Y aunque en realidad no tenga 16, sigo creyendo en la verdad de una mirada, en los sueños que aún no se cumplen y en la fuerza del amor. 
No puedo hacer mucho para cambiar el mundo de la maldad de algunas personas, y cuando esto me aflige pienso que por cada alma negra, hay cientos de corazones dispuestos a sonreír y a tenderte una mano. 
Pilar    


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