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Y es así que viene despacio y burbujeando a mi memoria esas mañanas en el
río junto a mi padre, aprendiendo a amar lo que él amaba, a gozar con el
silencio y a entrar en sintonía con la belleza que Dios nos entregó. Él me enseñó a valorar
las cosas sencillas, los amaneceres en la selva y esas puestas de sol
inolvidables mientras su lancha se deslizaba despacio por el río.
Mi padre nutrió mi corazón, y mi abuelo
engalanó mi alma cuando desde niña puso en mis manos uno de sus libros, y me
enseñó a disfrutar la música. Me enamoró el piano y la guitarra, y las notas de
un bandoneón siempre estremecían mi piel.
Una época de mi adolescencia quise ser
concertista, pero me atraparon las historias que encontraron eco dentro de mi
ser.
Flameo mi bandera blanca para alejar los
malos recuerdos, aquellos que me hicieron doblar de dolor y que sacaron las lágrimas
más amargas que un tiempo lloré. Lágrimas que mojaban mi almohada y que
enjugaba en silencio mientras veía el amanecer.
¿Es que alguien no ha sufrido?
Todos traemos nuestra cuota de infelicidad,
de malas decisiones y de miedos que a veces siguen lastimando. Pero hoy los
borro de mi memoria para liberarme de esa carga que cada vez pesa menos. Es
mentira que el pasado es historia, al pasado hay que enfrentarlo, hay que
asumirlo; y hay que tener la sabiduría de soltarlo.
A veces no es fácil, pero todo forma parte de
un proceso que unos lo manejan mejor que otros. Pero hoy que tengo mi bandera
blanca, aprovecharé para soltar al viento los rencores y amarguras que han
envuelto mi corazón durante este año. Me libero de todo aquello que no
aporta nada bueno a mi vida. Ahora me
siento más fuerte y preparada para lidiar con todo.
¡Bienvenido 2017!
La vida apenas comienza y
hay un mundo por conquistar.
Pilar
“Soñar es solo el principio”
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