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Y el
hielo se derrite y el frío se acaba; y mis labios se curvan en una sonrisa que termina en mueca. Fue un pequeño resplandor
que iluminó mis ojos, llenando este momento con tu nombre, el que repito
despacio antes de guardarlo dentro de mis pensamientos.
Siempre
te esperé, aún sin conocer tu rostro y tus ojos; fuiste mi compañero en las
noches largas y tristes, en aquellas tardes de invierno cuando miraba por mi ventana y no tenía más
compañía que mi esperanza de conocerte, de sonreírte, de abrazarte y decirte:
Por fin llegaste, te he estado esperando desde hace mucho.
Cuando
tengo mil cosas por hacer, cientos de problemas que a veces me descontrolan,
entonces pienso en ti… y quiero contarte, desahogar mis frustraciones, mis
penas; las alegrías que me sacan de la rutina, y entonces te busco y no estás.
No encuentro tu sombra ni escucho tu risa porque nunca has pisado mi espacio ni
he disfrutado de momentos a tu lado.
Y
caigo de mi nube al darme cuenta que todo está en mi cabeza, en mi mente
traviesa que no deja de ponerme trampas y de ofrecerme regalos para pintar la
realidad, donde solo estoy yo y las fantasías que me emocionan, pero que son
efímeras y sin sustento.
Y
vuelvo a girar la ruleta para empezar el juego: el trabajo, las distracciones, los
pendientes, las excusas para no pensar, pero llega la tarde y mis fuerzas se
acaban, y entonces te recuerdo.
Pilar
“Soñar es solo el principio”
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