—Quisiera
tenerte conmigo y tratarte como a una princesa —murmuró sobre su boca mientras
la miraba con expresión impenetrable.
Cassandra
sintió una sacudida en el corazón ante sus palabras. Claro que le gustaría ser
su princesa. Vivir en un bosque encantado donde no hubiese dragones ni
hechiceros. Disfrutar de su mirada. Pasear de su mano bajo el sol y descansar a
la sombra de un árbol. Recostar la cabeza sobre su pecho y escuchar sus
latidos. Vivir una historia sin fin lejos de la realidad que de vez en cuando
le recordaba que no era libre, que seguía atada a viejas costumbres y a un
papel que algún momento firmó con ilusión, y que hoy le recordaba a una vida
gris donde fingió que era feliz.
Pero
ahora necesitaba ser esa princesa que Aníbal acunaba entre sus brazos; quería
vivir la magia de un cuento de Disney donde solo existían los finales felices.
Aquello había empezado por un deseo de explorar nuevas emociones, pero ahora se
convertía en su más grande verdad.
No
fue casualidad que lo encontrara en ese momento de su vida, el destino le había
tendido una trampa en donde cayó sin voluntad, apresada por una pasión que fue
el enganche de un sentimiento profundo que la sobrecogió por su rapidez e
intensidad.
Era
a Aníbal a quien empezaba a amar, a quien deseaba en su lecho y en su vida. Ya
no era un extraño que se apareció sorprendiéndola en medio de su llanto. Era el
hombre que había esperado en su soledad, cuando sin querer se abrazaba para
darse calor. Eran sus brazos los que quería rodeando su cuerpo. Eran sus ojos
en donde quería seguir mirándose; y era de sus besos que quería alimentarse
para creer que el amor era verdadera felicidad.
Pilar
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