sábado, 6 de agosto de 2016

Cuando tienes que decir adiós...

 “… La noche fue haciéndose más noche mientras ella lo veía dormir, limpiando en silencio las lágrimas que no podía contener, y que se resbalaban con tristeza por sus mejillas. 
Observaba su respiración acompasada tratando de guardar su imagen para  cuando estuviera sola, cuando volviera a vivir el instante en que fue su mujer  después de tantos inviernos esperando.
Su piel se fundió en su calor y fueron dos cuerpos en uno vibrando y gimiendo; y buscando la gloria detrás de cada beso que los fue apartando de la realidad; y que los fue consumiendo en el fuego de sus caricias.
Él dormía complacido por el placer alcanzado, mientras ella se despedía para siempre de sus ojos verdes. Quiso vestirse de pasión para estar entre sus brazos, sabiendo que se aventaba al vacío para atesorar algunos recuerdos que la acompañarían en sus  noches solitarias.
Por mucho tiempo imaginó sus caricias, y ahora las tenía grabadas en su piel como un tatuaje que le acompañaría hasta la muerte.
Adiós, le decía en silencio, guardando su lamento y mirándolo a través de sus lágrimas. Nunca podría olvidarlo. Fue el hombre que un día empezó a querer aún sin conocerlo. A esperarlo en su ventana, a imaginar su rostro, a amar su mirada sin saber que sus ojos eran verdes. Fue el hombre que la acompañó en los peores momentos, al que quiso conquistar, al que un día le dijo que lo amaba, sabiendo que  podía pensar que estaba loca.
Ella siempre se aferró a la esperanza de que él correspondería a su amor, pero todo fue muriendo ante sus eternos silencios, y la distancia que siempre puso entre los dos. Y ahora recién  entendía lo que su alma rebelde le repetía hasta el cansancio.
Él nunca la quiso en su vida, solo la deseaba para una noche de pasión, para una entrega que no dejaría huella en su  alma.
Por eso sus silencios…
Por eso sus distancias…
Él siempre supo lo que quería, y ella también lo sabía, pero apelaba a la esperanza de conquistarlo, esa esperanza que se fue diluyendo entre sus manos porque él nunca hizo nada por ella…
Él nunca se desvió de su camino por ella…
Él nunca respondía…
Él nunca se acercaba…
Él solo la quería para tenerla en su cama, y a una mujer a la que solo deseas en la piel no puedes meter en tu vida. No le puedes contar tus secretos, ni lo que te gusta de la vida, y mucho menos tus sueños.
Ella ahora lo sabía…
Ella ahora lo entendía…
Ella ahora le decía adiós…
Ella debía renunciar a él para no vivir encadenada a la espera...
A sus largos y tristes silencios...
Ella se marchaba segura de que él nunca la extrañaría…
Tal vez la recordaría de vez en cuando como la mujer que hizo muchas cosas por él, muchas locuras…
Tal vez sonreiría al recordarla, pero seguiría con su vida, viajando y conociendo otros mundos. En cambio ella solo viviría para recordarlo porque él era el príncipe de sus sueños…
La estrella que nunca pudo tocar…
Su castillo entre las nubes…
El hombre que aprendió a amar a la distancia...
Él era la vida de su vida, y la ilusión más grande que tuvo dentro del corazón.
Cerró la puerta de la habitación sintiendo, por primera vez, cómo se le partía el alma de dolor, cómo el sufrimiento cubría cada parte de su cuerpo quitándole la respiración.
Era tan triste renunciar a él...
Renunciar a volver a ver sus ojos verdes...
Renunciar a la esperanza de entrar en su vida...
Renunciar a la alegría de tomar su mano y decirle a todo el mundo : Escuchen... él es el hombre que amo.
Simplemente se alejó con pasos tembloroso dejando su alegría…
Dejando su sonrisa…
Dejando los sueños que soñó a su lado…
Dejándolo todo… hasta sus ganas de creer en el amor.
 (Extracto de una historia que no quiero escribir)

Pilar

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