martes, 4 de diciembre de 2012

De vuelta al colegio


La semana pasada estuve en Iquitos, la tierra donde nací, crecí y  empecé a soñar con  ser escritora.

Después de muchos años regresé a mi colegio y no saben la emoción que sentí al ver los arcos, los  mosaicos que tal vez algún día fueron rojos, las aulas y el inolvidable árbol de mango que por generaciones ha estado a un lado del patio.

Recuerdo que una mañana vi un mango  maduro y lancé mi zapato casi saboreando la fruta. El zapato se quedó atrapado entre unas ramas y mientras mis compañeras se reían, la auxiliar apareció ordenándonos que regresáramos a nuestros salones.

La auxiliar tuvo la mala suerte de pararse justo debajo de mi zapato, y yo tampoco estuve de buenas porque de repente mi zapato cayó sobre su cabeza.

Estoy  segura que se acordó de toda mi generación. Cogió mi zapato y con voz de mando me gritó: “A la dirección”

En el trayecto traté de pedirle disculpas, pero no quiso ni que abriera la boca. “Ya vas a ver, espera a que la directora sepa esto. Tú sabes que está prohibido aventar cosas al árbol”.

Resignada esperé a que la directora nos recibiera mientras pensaba en la manera de calmar a mi madre cuando se enterara que me habían dado vacaciones por unos días. Pero cuando la directora nos recibió, le pidió a la auxiliar que se marchara. Apenas ella cerró la puerta, la directora se arrastró de risa  y me pidió que tuviera cuidado.

Salí con mi zapato, pero fui el blanco de las burlas de mis compañeras.

Mi colegio es especial. No todos tienen una leyenda que cobra vida años tras años cuando entran  las nuevas alumnas.

Se dice que una monja sin cabeza anda por el colegio como alma en pena, recorre los pasadizos, el patio y vuela al ras del suelo. A mí me pareció verla alguna noche cuando después de entrenar básquet, caminábamos por esos pasadizos iluminados por la luna. Incluso alguna vez con una amiga entramos a un cuarto secreto donde encontramos cientos de periódicos del año cincuenta y tantos y creímos sentir su presencia. Salimos despavoridas y gritando como locas, poniéndonos en evidencia frente a las  auxiliares que no dudaron en apuntar nuestros nombres.

Tal fue mi obsesión por esta leyenda que escribí un cuento que para variar se llama “La monja sin cabeza”, es la historia de dos niños que van de retiro al colegio de mujeres y tienen todo listo para asustar a las chicas aprovechando esta leyenda.

Cuando todos duermen, ellos se preparan para la travesura, pero no cuentan con que la monja sin cabeza aparecería y les pediría el favor más espeluznante de sus vidas. Que la ayuden a encontrar su cabeza.  

Estuve muy feliz en mi tierra, recordando sabores y viendo los mismos paisajes que me dejan con la boca abierta. Pero debo confesar que el calor por poco me mata. Me dediqué a beber cientos y cientos de cremoladas de aguaje, comí de todo y ahora estoy tratando de eliminar esos kilitos que gané sin mucho esfuerzo.

Ahora que estoy de regreso siento que mi corazón por siempre estará en esa tierra que amo y que nunca olvidaré. Iquitos es el sol que cada tarde se asienta sobre sus montes. Es la lluvia que refresca y te recuerda que la vida siempre es un nuevo comenzar. Es la canción que habla del río, del malecón y la plaza; y de la hermosa loretana que derrama lisura al andar

Pilar

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