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La semana pasada
estuve en Iquitos, la tierra donde nací, crecí y empecé a soñar con ser escritora.
Después de muchos
años regresé a mi colegio y no saben la emoción que sentí al ver los arcos, los
mosaicos que tal vez algún día fueron
rojos, las aulas y el inolvidable árbol de mango que por generaciones ha estado
a un lado del patio.
Recuerdo que una
mañana vi un mango maduro y lancé mi zapato
casi saboreando la fruta. El zapato se quedó atrapado entre unas ramas y
mientras mis compañeras se reían, la auxiliar apareció ordenándonos que
regresáramos a nuestros salones.
La auxiliar tuvo la
mala suerte de pararse justo debajo de mi zapato, y yo tampoco estuve de buenas
porque de repente mi zapato cayó sobre su cabeza.
Estoy segura que se acordó de toda mi generación.
Cogió mi zapato y con voz de mando me gritó: “A la dirección”
En el trayecto
traté de pedirle disculpas, pero no quiso ni que abriera la boca. “Ya vas a
ver, espera a que la directora sepa esto. Tú sabes que está prohibido aventar
cosas al árbol”.
Resignada esperé a
que la directora nos recibiera mientras pensaba en la manera de calmar a mi
madre cuando se enterara que me habían dado vacaciones por unos días. Pero
cuando la directora nos recibió, le pidió a la auxiliar que se marchara. Apenas
ella cerró la puerta, la directora se arrastró de risa y me pidió que tuviera cuidado.
Salí con mi zapato,
pero fui el blanco de las burlas de mis compañeras.
Mi colegio es
especial. No todos tienen una leyenda que cobra vida años tras años cuando
entran las nuevas alumnas.
Se dice que una
monja sin cabeza anda por el colegio como alma en pena, recorre los pasadizos,
el patio y vuela al ras del suelo. A mí me pareció verla alguna noche cuando
después de entrenar básquet, caminábamos por esos pasadizos iluminados por la
luna. Incluso alguna vez con una amiga entramos a un cuarto secreto donde
encontramos cientos de periódicos del año cincuenta y tantos y creímos sentir
su presencia. Salimos despavoridas y gritando como locas, poniéndonos en
evidencia frente a las auxiliares que no
dudaron en apuntar nuestros nombres.
Tal fue mi obsesión
por esta leyenda que escribí un cuento que para variar se llama “La monja sin
cabeza”, es la historia de dos niños que van de retiro al colegio de mujeres y
tienen todo listo para asustar a las chicas aprovechando esta leyenda.
Cuando todos
duermen, ellos se preparan para la travesura, pero no cuentan con que la monja
sin cabeza aparecería y les pediría el favor más espeluznante de sus vidas. Que
la ayuden a encontrar su cabeza.
Estuve muy feliz en
mi tierra, recordando sabores y viendo los mismos paisajes que me dejan con la
boca abierta. Pero debo confesar que el calor por poco me mata. Me dediqué a
beber cientos y cientos de cremoladas de aguaje, comí de todo y ahora estoy
tratando de eliminar esos kilitos que gané sin mucho esfuerzo.
Ahora que estoy de
regreso siento que mi corazón por siempre estará en esa tierra que amo y que
nunca olvidaré. Iquitos es el sol que cada tarde se asienta sobre sus montes.
Es la lluvia que refresca y te recuerda que la vida siempre es un nuevo
comenzar. Es la canción que habla del río, del malecón y la plaza; y de la hermosa
loretana que derrama lisura al andar
Pilar
Me toca ahora leer este libro :)
ResponderEliminarEs un cuento infantil, pero sé que te gustará.
EliminarUn beso