Está la mujer que desea a un hombre que no
es suyo, con quién pasa momentos apasionados en la habitación de un hotel, pero
al que jamás podrá exhibir en público porque es la manzana prohibida que
pertenece a otro jardín. Suspira por él, sueña con el día en que este hombre la
elija por encima de su mujer, y le dé el lugar que ella quiere en su vida. Piensa
que vive a su lado un amor de
telenovela, pero es la historia que ella quiere vivir, llena de fantasía, de
adrenalina; de ese furor que te da lo prohibido y que engrandece ese momento
por el simple hecho de no estar permitido.
Está el que descubrió que vive prisionero
en un cuerpo que no le pertenece. Le gustan los de su mismo sexo, y desea
romper las cadenas que lo atan a una verdad que quiere gritar. Algunos lo hacen
y sufren el desprecio de quien dicen que los aman por encima de todo, y que por
exponer su realidad se enfrentan a una soledad que hace más grande su dolor.
Otros lo gritan a los cuatro vientos y se
adelantan a los demás adoptando una pose de “no me importa tu opinión, yo vivo
como quiero”, pero en el silencio de la noche resienten los murmullos que a
veces escucha al pasar.
Los temerosos ocultan su secreto, a pesar
de ser conscientes de que muchos ya lo saben. Es imposible disimular una
esencia que se cuela entre los pantalones y la pose de hombre macho, y que vive
con pasión junto al hombre que ama a escondidas.
Está la adolescente que quiere ganarle a la
vida y se adelanta a vivir momentos que no está preparada para disfrutar a plenitud. Entonces
la sorprende una noticia que la deja sin respiración y le hace llorar sobre su
almohada: Va a tener un hijo. ¿Qué hago?, se pregunta, y corre a buscar a la amiga
que la consuela sin saber qué
aconsejarle porque es tan inexperta como ella.
La adolescente sufre y olvida la incipiente
pasión que disfrutó junto a su enamorado. Va a ser madre, pero quizá nunca
saboreó el éxtasis de sentir que flotaba dentro de su cuerpo. Jugó al amor sin
saber que se quemaría en una hoguera que ella prendió sin responsabilidad.
Está la mujer maltratada, la que maquilla
su rostro para que los demás piensen que es feliz. No quiere que se enteren el
infierno que es su vida cuando cierra la cortina de esa ventana que da para la
calle.
Empieza a mentir y defiende a su agresor,
porque si no lo hace los golpes caerán sobre ella y una vez más no podrá defenderse.
Se avergüenza por su condición y debilidad.
Se culpa por una situación que llega a creer que se lo merece. Algunas tienen
la suerte de escapar y de comenzar una nueva vida sin violencias. Otras
terminan bajo una bolsa negra y siendo un número más dentro de la estadística
del maltrato a la mujer.
Pero detrás de la ventana también hay una
esposa que espera. La que se esmeró en oler a limón para esperar al hombre que
ama. Tiene muchas cosas qué decirle. Los niños por poco la vuelven loca. Tuvo
que ir dos veces al mercado porque no sabe dónde tiene la cabeza que se le
olvidan las cosas. Pero al sentir sus pasos subiendo las escaleras, se olvida
de todo y abre la puerta. ¡Mi amor!, susurra, y lo abraza por el cuello sintiendo
que es el compañero que siempre quiere junto a ella.
También está la madre que espera, y que
mira su reloj angustiada porque su hijo no llega. No le contestó el celular. Se
molesta por este hecho, pero luego se olvida y vuelve a preocuparse. Su corazón
late con rapidez imaginando alguna desgracia. Entonces lo ve llegar y le vuelve
el alma al cuerpo. ¡Su hijo regresa a casa!, no hay mayor felicidad que verlo
sano. ¡Gracias, Dios mío! murmura, pero como es madre vuelve al ataque y en tono
agresivo exclama: ¿Por qué miércoles no me has contestado?, casi me muero de angustia ¿Dónde diablos tenías el
celular? , y no me digas ahora que se te acabó la batería...
Pilar
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