miércoles, 9 de octubre de 2013

Momentos inolvidables


Todo comenzó cuando empecé a buscar mi bolso. Puse la casa bocabajo, me desesperé, lloré de rabia y luego respiré profundo y traté de calmarme. Tenía una cita en Promperú a las 3 de la tarde, y aunque eran las 9 y 30 de la mañana, quería organizarme con anticipación y guardar dentro del bolso algunos documentos que necesitaría en la reunión.
Hice un recuento de lo que había hecho en los últimos veinte minutos y reparé que después de regresar de la librería, lo había olvidado dentro del carro con las llaves en el interior.
Volví a desesperarme y mientras caminaba de un lado a otro hice llamadas para que vengan a auxiliarme, pero nadie estaba disponible hasta después de las 2. Estaba en serios problemas. No tenía documentos, ni billetera y mucho menos cómo movilizarme.
Busqué algo de dinero y logré juntar 17 soles. Tengo de sobra para el pasaje, pensé, pero cuando llamé a un taxi seguro me cobraban 25 desde la Molina hasta Miraflores, así que decidí tomar el bus en la esquina de mi casa.
Fue el viaje más increíble que tuve, donde pude comprobar que el mundo está lleno de soñadores y de gente que quiere salir adelante.
Me senté y me disponía a relajarme mientras miraba por la ventana, cuando subió un escritor  a ofrecer sus cuentos  impresos en hojas bond. 50 céntimos cada uno, y le compré los 4 sintiéndome identificada con él.
Al rato subió un señor con un cajón y me dio en la yema del gusto, ya que me fascina el ritmo contagiante de ese instrumento de percusión  que me hace mover los pies así  no lo quiera.  Después del pequeño espectáculo pasó con su sombrero y con gusto colaboré con él.
Al siguiente paradero subió una señora ofreciendo unos sabrosos alfajores, y no tuvo que convencerme para comprarle 2 paquetitos los cuales empecé a comer en ese momento.
Estaba a medio camino cuando vi en otro paradero a un muchacho con una guitarra que algo indeciso subió al bus. Me di cuenta que no estaba acostumbrado a ese trajín, pero me dio gusto que afrontara el momento y siguiera pa´lante.
“Me gusta la música, dijo,  soy cantante y compositor, con esto me recurseo para seguir estudiando. Espero que les guste esta canción que escribí hace unos días”. La gente seguía mirando por la ventana, pero yo no le quitaba la vista de encima. Algo me decía que ese muchacho nos sorprendería a todos, y no me equivoqué. Su voz era dulce y cálida, la adecuada para la canción de amor que interpretó con todo el corazón. Todos lo sentimos y tal fue el efecto que ocasionó en nosotros que aplaudimos con fuerza y una señora se animó a pedirle otra canción. Logró que todos estuviésemos pendientes de sus canciones, y cuando llegó la hora de despedirse, no solo se fue con los bolsillos llenos, sino con el cariño de los que disfrutamos de su don.
Ya para llegar a Miraflores, subió otro señor ofreciendo unas pulseras de colores. Soy fanática de esas baratijas y casi no puedo controlarme cuando veo algo que me gusta.  Ahí reparé que solo me quedaba 10 soles, pero no me importó, y  compré una pulsera de perlas del río.
Bajé del bus sin un centavo en el bolsillo, pero feliz de haber disfrutado de un viaje inolvidable. Caminé hacia Promperú con el sabor de los alfajores en la boca, mirando de rato en rato la pulsera que llevaba en la muñeca, y recordando  a aquel muchacho que recién empieza el largo camino hacia su sueño. Habrá momentos malos, pero estará en él tomar la decisión de no dejarse vencer y llegar a la meta soñada.
Pilar Cueto
“Siempre se pude soñar”    

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