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Hice
un recuento de lo que había hecho en los últimos veinte minutos y reparé que
después de regresar de la librería, lo había olvidado dentro del carro con las
llaves en el interior.
Volví
a desesperarme y mientras caminaba de un lado a otro hice llamadas para que
vengan a auxiliarme, pero nadie estaba disponible hasta después de las 2.
Estaba en serios problemas. No tenía documentos, ni billetera y mucho menos
cómo movilizarme.
Busqué
algo de dinero y logré juntar 17 soles. Tengo de sobra para el pasaje, pensé,
pero cuando llamé a un taxi seguro me cobraban 25 desde la Molina hasta Miraflores,
así que decidí tomar el bus en la esquina de mi casa.
Fue
el viaje más increíble que tuve, donde pude comprobar que el mundo está lleno
de soñadores y de gente que quiere salir adelante.
Me senté y me disponía a relajarme
mientras miraba por la ventana, cuando subió un escritor a ofrecer sus cuentos impresos en hojas bond. 50 céntimos cada uno,
y le compré los 4 sintiéndome identificada con él.
Al
rato subió un señor con un cajón y me dio en la yema del gusto, ya que me
fascina el ritmo contagiante de ese instrumento de percusión que me hace mover los pies así no lo quiera. Después del pequeño espectáculo pasó con su
sombrero y con gusto colaboré con él.
Al
siguiente paradero subió una señora ofreciendo unos sabrosos alfajores, y no
tuvo que convencerme para comprarle 2 paquetitos los cuales empecé a comer en
ese momento.
Estaba
a medio camino cuando vi en otro paradero a un muchacho con una guitarra que algo
indeciso subió al bus. Me di cuenta que no estaba acostumbrado a ese trajín,
pero me dio gusto que afrontara el momento y siguiera pa´lante.
“Me
gusta la música, dijo, soy cantante y
compositor, con esto me recurseo para seguir estudiando. Espero que les guste
esta canción que escribí hace unos días”. La gente seguía mirando por la
ventana, pero yo no le quitaba la vista de encima. Algo me decía que ese
muchacho nos sorprendería a todos, y no me equivoqué. Su voz era dulce y
cálida, la adecuada para la canción de amor que interpretó con todo el corazón.
Todos lo sentimos y tal fue el efecto que ocasionó en nosotros que aplaudimos
con fuerza y una señora se animó a pedirle otra canción. Logró que todos
estuviésemos pendientes de sus canciones, y cuando llegó la hora de despedirse,
no solo se fue con los bolsillos llenos, sino con el cariño de los que
disfrutamos de su don.
Ya
para llegar a Miraflores, subió otro señor ofreciendo unas pulseras de colores.
Soy fanática de esas baratijas y casi no puedo controlarme cuando veo algo que
me gusta. Ahí reparé que solo me quedaba
10 soles, pero no me importó, y compré
una pulsera de perlas del río.
Bajé
del bus sin un centavo en el bolsillo, pero feliz de haber disfrutado de un
viaje inolvidable. Caminé hacia Promperú con el sabor de los alfajores en la
boca, mirando de rato en rato la pulsera que llevaba en la muñeca, y recordando
a aquel muchacho que recién empieza el
largo camino hacia su sueño. Habrá momentos malos, pero estará en él tomar la
decisión de no dejarse vencer y llegar a la meta soñada.
Pilar
Cueto
“Siempre
se pude soñar”
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