Cientos de veces escuché
decir “eso es fantasía” “solo pasa en las películas”, pero estoy convencida de
que la creatividad del escritor y guionista nunca superará la realidad. Podemos
inventar historias, seguir el perfil del personaje, hacer una ficha con un
pasado ficticio: penas, traumas, momentos felices; y llenar hojas con esa vida
que conscientemente vamos inventando para seguir la línea dramática que queremos
dar a conocer. Hacemos recovecos con situaciones para mantenerlos en alerta, y
con giros que sorprendan y que haga de la historia una trama que quieran volver
a ver.
En estos momentos escribo
el guion de una serie para la televisión, y mientras me sumerjo en la vida de un
personaje en particular, y del que aún no puedo hablar, no hago más que reafirmar
que nada podrá superar la realidad.
Esta historia está basada
en un hecho real, donde se dice que hubo amor; y donde cada quién caminó hacia
su destino sin saber lo que dejarían atrás. Pero aquí vuelvo a reflexionar
sobre la ligereza y el manoseo que hoy en día le dan a la palabra AMOR. Se cree
que esas ganas locas de querer experimentar nuevas sensaciones, oler otra piel
y perseguir fantasías no es otra cosa que el amor. Entonces dices TE AMO, YO TE
QUIERO MÁS… y palabras que llenan momentos que se escriben en el aire, y que no
puedes defender en situaciones difíciles, como le pasa a la protagonista de
esta historia que tengo entre manos.
Mi abuela decía que el
amor y el dinero no se pueden ocultar, y creo que tenía razón. Cuando se ama
nuestra mirada refleja la felicidad, y también la tristeza cuando ese amor
parte para siempre. ¿Alguien puede sonreír después de esto? ¿Alguien puede
guardarse el sufrimiento para que nadie sepa tu dolor? Se pueden decir muchas
cosas e inventar mentiras, pero tu mirada siempre te delatará, así como las
circunstancias que te rodean.
Cuando era universitaria
vivía en una pensión de monjas a donde no podíamos llegar más de las diez de la
noche. Recuerdo que un día me fui de paseo y la llanta se pinchó en medio de la
carretera. No había celulares y no pude comunicarme para avisar lo que ocurría.
De la preocupación pasé a la angustia imaginando que la madre Rosa María no me creería, ya que era un argumento muy usado entre mis
compañeras. Logramos reparar la llanta y llegué a la pensión pasada las once.
Pensé por un segundo inventar una mentira, pero empecé diciendo: “Madre, sé que
no me creerá, pero se nos pinchó una llanta” La monja me miró y me dijo ¿Por
qué no habría de creerte? Porque la mayoría de las chicas dicen eso para tener
una excusa y llegar más tarde, respondí. Yo sé que dices la verdad, me dijo.
Mírate las manos, seguro trataste de ayudar con la llanta. Tu jeans está sucio
en la parte baja, es tierra, agregó, tal vez salieron de la carretera para
estacionar el auto. Y la monja siguió enumerando más detalles en los que yo no
había reparado. Y si hubiese dicho la mentira todo se habría complicado.
Esto es más o menos el
argumento de la historia que estoy desarrollando. Tiene los elementos que todo
guionista busca dentro de una trama: amor, pasión, indiferencia, mentira y un
giro inesperado que cambia la vida de los protagonistas.
Creo firmemente que el amor
te deja en el corazón sentimientos profundos que se cuelan por tus poros, y te
hace respirar el aire de tu dicha o infelicidad. Y este personaje que ahora
llena mis noches con miles de preguntas que poco a poco empiezo a responder,
solo me sirve para seguir aprendiendo sobre la naturaleza humana, sobre el
verdadero amor y reafirmar mi creencia de que la ficción jamás superará la
realidad, porque esta se nutre de un guion improvisado que va marcando tu
destino hacia un final que casi nunca es lo que esperamos, pero que fuimos
escribiendo con cada uno de nuestros pasos.
Pilar
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