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Y yo añadiría que además transmitimos nuestro estado de ánimo y sin
querer pateamos “el gato” que se nos cruza en el camino.
Ese breve comentario me remontó a una época cuando me llené de rencor
hacia alguien que le hizo mucho daño a mi familia. Era la primera vez que
experimentaba la mentira, la injusticia y la consecuencia de tales actos en
personas inocentes. Decidí cambiar mi estación y me llené de rabia, impotencia
y mucho resentimiento. Viví dos años de mi vida sumergida en emociones que
alteraron mi existencia convirtiéndome en una extraña que pateaba “gatos" ajenos.
Me rebelé contra las creencias que me inculcaron mis padres y solo
respiraba para cobrar venganza. No tenía paz, soñaba continuamente con esa
persona y, cada vez que la veía, me provocaba decirle lo ruin y detestable que
era. La gente de mi alrededor trataba de calmarme, pero no había nada que
apaciguara el odio que sentía hacia ella.
Hasta que un día me di cuenta de que en mi corazón ya no cabía tanto
rencor, y lloré por cada día de esos meses en los que viví siendo otra persona.
Aligeré la carga que llevaba sobre la espalda, limpié mi alma de la inmundicia
que yo misma reciclé, y decidí cambiar a la estación del perdón.
Empecé por perdonarme y dejar que la venganza guiara mis pensamientos.
Luego perdoné a esa religiosa por todo el sufrimiento que su cobardía ocasionó.
Entonces volví a mirarla sin sentir la repulsión que en un momento me provocó.
La volví a saludar y a escuchar de sus labios “Que Dios te bendiga,
hija”, sin sentir ninguna emoción que me dañara por dentro.
Entonces volví a cambiar de estación y me encontré en una frecuencia que
me ayudó a reinventarme. En esta etapa empecé a disfrutar de mi soledad, donde
había espacio para la lectura, el silencio, la música y las historias de amor
que siempre formaron parte de mi vida.
Volví a cambiar de estación y tomé las riendas de un sueño que había
dejado a un lado, nada impediría que me convirtiera en escritora de novelas
románticas. Mi estación ahora difundía ondas de entusiasmo que los demás
percibían y que revotaba a mí con más fuerza llenándome de esperanza e ilusión.
Jamás retrocedí aunque no me abrieran las puertas de los lugares a los que acudía buscando
realizar mi sueño. Pensaba en positivo y me fui acostumbrando a ver la cara de
la moneda donde había luz.
Poco a poco deseché la mala onda y me convertí en lo que soy: una amante
de la vida que ve en cada dificultad una manera de crecer.
El camino no fue fácil, pero estoy agradecida por este presente que cada
día me sigue sorprendiendo.
Antonio Machado tenía razón: “Caminante no hay camino, se hace camino al
andar”, y uno decide si en el trayecto blasfemas, hieres o le gritas a la vida
cosas bellas que regresarán a ti con el efecto de un búmeran que te dará
felicidad.
Pilar
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