Después de hacer un rápido análisis sobre
mi vida he llegado a la conclusión que a lo largo del tiempo me fui convirtiendo
en solitaria, pero no siempre fue así.
Cuando era niña andaba rodeada de amigos y
hacíamos muchas travesuras para pasar el tiempo. Y de adolescente fui una más
de las tantas jovencitas que se movilizaban en patines para estar a la moda.
Todos los sábados recorríamos las calles de Iquitos para ir al club y
deslizarnos por el salón donde se realizaban las fiestas, y por la noche
continuábamos la diversión en la Plaza
de Armas, donde apenas se podía patinar por la cantidad de gente que había.
Me gustaba ir al cine a ver las películas
de Palito Ortega, y a la salida era casi una obligación pasar por la heladería “La
Favorita”, a tomar una copa de helado de aguaje. Los domingos nunca fueron
tranquilos. A veces en la piscina y otras tantas en el club de Caza y Pesca con
Lita o Melita. Ahí aprendí a esquiar entre fuertes caídas que me daba contra el
agua.
Luego me regalaron una moto y salíamos a
pasear en grupo, haciendo competencias o piruetas que felizmente no tuvieron
consecuencias.
Cuando viajé a Lima fui a vivir a un
pensionado de señoritas con 63 chicas de diferentes provincias, y mi grupo de
amigas se agrandó considerablemente. Salíamos de compras, a pasar el rato
recorriendo las calles de Miraflores antes de terminar en el cine Pacífico. Las
noches de los sábados a diferencia de muchas que iban a las discotecas,
nosotras teníamos que ensayar las canciones de la Misa, pero no la pasábamos
mal, nos divertíamos con lo que teníamos a la mano, ya sea imitando a las
monjas o burlándonos de los muchachos que visitaban a sus enamoradas.
Ya en la universidad le agarré el gusto a
sentarme con las amigas a tomar café mientras fumábamos sin parar, y el chisme
era el centro de nuestra charla.
Ahora he dejado el vicio que un día me
parecía necesario para escribir. Necesitaba crear un ambiente casi teatral para inspirarme. Mi taza de café,
el cenicero lleno de puchos, y el humo que se había impregnado en las paredes.
En días como hoy extraño ese olor a tabaco
y las siete tazas de café que tomaba por la mañana. Un día tomé consciencia de
que me hacía mal y el 19 de noviembre del 2007 tomé la decisión de no volver a
fumar. Nunca recaí, el proceso fue duro, pero a las finales vencí la ansiedad
por el cigarrillo. En cuanto al café he bajado mi dosis y hoy tomo dos tazas al
día, pero creo que jamás me negaré al placer de disfrutar de ese líquido amargo
que me endulza la vida.
Ya no frecuento a mis amigas como quisiera,
ahora voy sola a la cafetería llevando una laptop o una novela que leo de rato
en rato cuando no hay nada que observar. Tampoco voy de compras, no me interesa
estar a la moda y menos pasar el rato recorriendo tiendas en medio de tanta
gente. Pero lo curioso es que disfruto recorriendo los pasillos de las tiendas
donde venden artículos de ferretería, lámparas, puertas, etc.
Paso muchas horas al día envuelta en el
silencio, a veces huyo de mis pensamientos y a veces los enfrento. A veces
salgo bien parada y a veces bajo la cabeza, pero siempre termino aceptando que
me falta mucho por hacer. He descubierto mis errores, pero no siempre puedo
luchar contra ellos. A veces soy débil y a veces soy fuerte, y a veces soy solo una hoja que se deja llevar por el viento.
Pilar