No sé si
todos los que escriben suelen ser distraídos en sus actividades diarias. Mi
familia dice que vivo en las nubes, que cuando camino por la calle solo me
falta un cartel que le diga a los ladrones “Miren, aquí estoy”
Ellos
piensan que debo estar a la defensiva, pendiente de la gente que pasa junto a
mí. Acostumbrarme a cerrar mi bolso que siempre lo tengo abierto por flojera a
estar abriendo o cerrando el cierre.
Pero mi
problema va más allá de un posible robo o un encuentro con los amigos de lo
ajeno. Soy realmente distraída cuando cierro mi laptop y me enfrento con el
mundo real.
Para
comenzar les pondré un ejemplo de los tantos casos que me suceden. Un día tenía
tanta prisa que en vez de botar la basura, me quedé con la bolsa y tiré mi
billetera. Perseguí al camión de la municipalidad preocupada por mis tarjetas de crédito, pero
como se imaginarán no tuve suerte y terminé haciendo interminables colas para sacar
el duplicado de mi DNI, mi licencia de conducir y la verdad… me quedé sin
tarjetas de crédito porque no era la primera vez que las perdía.
Ahora tengo
un serio problema con mi familia porque de tanto estar preocupada por el
lanzamiento de mi colección CUENTOS DE AMOR, me ha dado por meter todo a la
lavadora.
Una mañana metí
la ropa y mientras revisaba algunas notas de mis escritos, escuché un sonido
extraño que salía del aparato. Me acerqué preocupada pensando que el motor
estaba fallando, pero luego pensé que si se malograba no tendría más remedio
que llamar al técnico, y volví a lo mío.
Pero grande
fue mi sorpresa cuando terminó el ciclo del secado, que descubrí entre la ropa
la cámara digital de una de mis hijas. Me quedé por unos segundos sin
respiración imaginando lo que ella diría al descubrir que se acababa de quedar
sin cámara fotográfica.
No tuve que
esperar mucho. Esa noche Laura llegó de trabajar y preguntó por su cámara,
quería bajar unas fotos que había tomado ese fin de semana en el teatro. Mami, ¿has visto mi cámara?, preguntó. No está
donde la dejé. Seguro que la metí a la lavadora, respondí, pero no me hizo
caso. Cuando encontró la cámara se dio cuenta de que estaba golpeada y que le
faltaban algunos tornillitos. ¿Qué pasó con mi cámara?, preguntó molesta.
Fuiste tú, dijo, señalando a su hermana. Seguro que yo la metí a la lavadora,
volví a decir, pero seguía sin hacerme caso. Hasta que Pepe dijo, por qué no
escuchas a tu madre, te está diciendo que la metió a la lavadora. ¿Es cierto eso?,
me preguntó Laura con el ceño fruncido. ¿Sabes cuánto me costó la cámara? Bueno,
respondí, habrá que comprar otra. ¡Mamá!!, exclamó ¿Qué voy a hacer contigo?
Para mi
mala racha, a los dos días pensé en avanzar con algunas cosas de la casa antes
de salir a una reunión con mi editora, y
ni bien se levantaban los muchachos iba sacando las sábanas para meterlas a la
lavadora. Inicié el ciclo del lavado y me dediqué a preparar el desayuno.
Entonces escuché que Laura preguntaba. ¿Han visto mi celular?, yo seguía en lo
mío sin imaginar lo que estaba a punto de suceder. Papa, ¿puedes llamarme? Pero
el teléfono no timbraba, y Pepe dijo en son de broma. Seguro que tu mamá
ya lo metió a la lavadora. Es temprano para que lave la ropa, respondió Laura.
Pero en ese momento volví a quedarme sin respiración. La lavadora terminaba su
primer ciclo de lavado y yo tuve la seguridad de que el celular de mi hija se
encontraba en medio de tanto detergente y oliendo a limón.
Apagué la
lavadora y busqué entre el agua jabonosa
el pequeño aparato con pantalla táctil, doble cámara, y no sé cuántas
modernidades más, cuando de pronto encontré el estuche rosado más rosado que
nunca, pero no tuve tiempo de asimilar lo que había pasado. Laura apareció a
punto de llorar y aguantándose las ganas de decirme mis verdades.
Pepe la
consoló y le dijo. Vamos a poner el celular en mi carro y seguro que se arregla
con el calor del sol. Claro, dije, tu papá lo soluciona todo, esperanzada en la
inteligencia emocional de mi esposo que siempre me saca de muchos problemas. Te
has pasado, mamá, me dijo Laura mientras se limpiaba las lágrimas. Ay, hija,
respondí, a quién se le ocurre poner el celular debajo de la almohada;
consciente de que yo tenía mucha culpa por no sacudir las sábanas antes de
meterlas a la lavadora.
Felizmente
el celular volvió a funcionar, pero no pasó lo mismo con el Ipod Touch 4G de
koral.
Hace dos
días pensé que debía lavar las casacas, y mientras avanzaba con la corrección
de una de mis novelas, prendí la lavadora creyendo que el día terminaría sin
novedad. Entonces Koral me llamó de la universidad y me dijo: Mami, dejé mi
Ipod en el bolsillo de mi casaca, no se te vaya a ocurrir meterla a la
lavadora. Demasiado tarde, hijita, tu casaca ya está en la lavadora, respondí,
queriendo morir. Ella pensó que bromeaba y no quise insistir con mi verdad
porque Koral estaba a punto de entrar a un examen. Pero en cuanto pude fui
hasta la lavadora y rescaté el tesoro más grande de mi hija, y el motivo de
nuestros problemas porque esos aparatos son adictivos, y cuesta que los
muchachos entiendan que se debe usar con moderación.
Si tengo
que sacar algo bueno de lo que me pasó hace unos días, puedo decir que Koral ha
vuelto a la familia. Así que si tienen algún problema con el uso del celular
por parte de sus hijos, solo tienen que usar la lavadora.
Un beso
Pilar